domingo, 22 de julio de 2007

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Pensando en nada, como cualquier otra señorita decente de la época, la tía verónica pasaba las tardes bordando manteles que nadie jamás compraría, pero a diferencia de todas las otras señoritas de la época, ella no carecía de encantos tales que la obligaran a llevar una vida tan reservada.
cuentan que fue la hija que cualquier madre hubiese deseado tener, tenia unos ojos negros muy abiertos, unas manos diminutas siempre abiertas, y unas piernas colosales siempre cerradas, no hablaba si no se lo pedían y tenia la prudencia de no entender de política, no pecaba y jamás faltó a misa, dicen que tenía diez años cuando sus caderas alcanzaron ese esplendor tan envidiado por las de mas mujeres, ese vientre planísimo y cintura estrecha que despertaba la cizaña nunca dormida en la boca de las vecinas, como si con cada injuria colectiva esperaran que sus caderas se expandiesen medio milímetro, era tal la vehemencia con que hablaban que no les fue posible pasar una semana sin confesarse, a decir verdad tampoco los hombres pudieron hacerlo, pasaban horas expulsando de su alma una larga serie de pecados comunes, el deseo de acostarse con verónica, las mentiras con que afirmaban a sus esposas que verónica era feísima comparada con ellas… y con un largo etcétera continuaban.
La rutina llego a tal punto que, el padre Pineda memorizó cada uno de los pecados de cada uno de los habitantes y para eliminar las 9 pesadas horas en el confesionario se dedicó a expiar pecados en masa, se paraba en el ara y vociferaba con voz ronca y casi indescifrable: “absuelvo a todos los que tengan pecados relacionados con Verónica!”- a la vez que lanzaba agua bendita con una flor de lirio, tan artificial que hasta la ultima hilera de asientos en el rincón mas oscuro de la nave era posible leer “hecho en Taiwán”.
Tras el nuevo descubrimiento solo quedaban los ciegos y los lisiados, unos por que jamás vieron a verónica y los otros por que nunca pudieron caminar hasta su casa para conocerle…
En medio de una fiesta que más bien parecía una patética bienvenida al grupo de las quedadas Verónica cumplió 35, un día de agosto de aquellos años que pasaban tan rápido que nadie los hubiese notado de no ser por las arrugas que dejaban bajo los ojos. Todo el sequito de tías (las mujeres menos agraciadas que jamás hubiesen sido vistas) deambulaban la casa y se reían frenéticas en los rincones, sin tener razones para hacerlo. Creo que la tía Rosario les pagó para que parecieran felices y divertidas de estar ahí…
En toda la casa solo había un hombre, Aureliano Ruiz, esa pequeña y desaforada criatura a la que sus padres se habían llevado a México apenas cumplidos los 12 años y a la que quizá nadie recordaría de no haber tenido un apodo, vivió su infancia trepado en los guayabos y saltando de rama en rama como un pobre mono que conservaba sus habilidades innatas a pesar de no tener cola.
Te vas a volver tlacuache! – le gritaba Jacinta para asustarlo y que se bajara pero, nada funcionó, nada hasta aquel día en que su suerte la olvidó en casa y calló rompiéndose la cabeza contra el tronco, desde ese entonces todos olvidaron su nombre, y le llamaron “la alcancía”…
Pero esa alcancía se había convertido en un hombre enorme, de cabello castaño y grandes ojos de color verde coronados con cejas casi imperceptibles. Verónica solo lo reconoció cuando toda la incomoda multitud se marchó y ella pudo ver la cicatriz en su frente, hermosa como todo en el…3 imágenes recorrieron su mente, ella en los guayabos besándolo por primera vez, ella en los guayabos besándolo por segunda mientras Aureliano le juraba amarla para siempre y ella desde su ventana llorando cuando se fue.
Y sin saber el “como” atravesó de un brinco toda la cocina, el pasillo y voló hasta la sala librando los viejos candelabros oxidados que estorbaban su camino y lo atrapó del cuello y le besó las mejillas rosadas, exhaustas, le habría gustado sin duda besarlo en la boca, pero no era costumbre de las señoritas decentes de la época y hubo de conformarse con suspirar diciendo-hace tanto tiempo Aureliano… mientras inhalaba aquel sutil sudor polvoriento.
-¡No hace tanto Vero!, mis años ya son cortos, el tiempo pasa volando, pero a ti no te toca.
-quisiera pensar lo mismo pero mi madre dice que ¡a los 35 una mujer solo es feliz volviéndose puta!, no se de donde saca valor para decirlo, si en el pueblo todos saben que ella fue incapaz de coger dos veces con el mismo hombre.-dijo mientras tomaba asiento
-tía Rosario… esta tan acostumbrada a estar embarazada que no encuentra en la menopausia mejor oficio que molestarte, ¿sabes Vero?, he venido a pedirte un favor-dijo mientras desenvolvía metros y metros de ceda blanca que parecía continuar infinitamente.-Julia mi madre siempre pensó que era incorrecto que un hombre pidiese la mano de una señorita sin tener el vestido, los anillos, vacas suficientes para celebrar dignamente la boda y un par de enormes lechugas para alimentar las sangronadas de las tías vegetarianas eternamente gordas y eternamente a dieta que nunca han de faltar.
-Tu madre era sabia- contestó la tía Vero-una mujer no debería tener mayor obligación que presentarse el día de la boda, hacer feliz a su marido esa noche y exprimirle hasta el ultimo centavo hasta aquel lejano día en que la muerte los separe (Quizá las quejas habrían continuado de no ser por que fue en ese instante que la perpetuidad de la ceda acabó de extenderse por toda la casa y la sorpresa le detuvo la inspiración).
–Es bellísima! Pero, ¿con quien te casas?
-Aun no he hecho la propuesta, te digo que no pienso que sea de suerte pedirlo antes de tener el vestido-contestó Aureliano- es por ello que te traje la tela, aquí se dice que no hay mujer mas hábil con la aguja, además era la excusa perfecta para visitarte.
-Hay Chanito, tu no necesitas excusa-dijo mientras reposaba la mano en la amplísima pierna de Aureliano, ¡ven en una semana!
-¿en una semana?!
-soy mas hábil con la aguja de lo que todos piensan…
Terminaron el café, una gran sonrisa, un beso en la frente y uno en las mejillas rosadas, exhaustas y él partió. Seguramente mientras ella le observaba alejarse, sentada en la misma ventana que lloró cuando se fue a la capital…
En un efusivo arranque, esa noche comenzó a bordar...”un hombre tan perfecto como Aureliano no podría faltar a su promesa de amarme eternamente” se repetía constante, motivándose en aquellos momentos que sentía su iniciativa superada por el sueño. Sus hábiles manos se acostumbraron tan rápido a la suavidad de la ceda y a sus dimensiones que pronto sus dedos se deslizaban de un extremo al otro zurciendo todo aun en la mas absoluta oscuridad, jamás un vestido tuvo tal cantidad de olanes ni tan fina pedrería, mucho menos una cintura tan estrecha ni unas caderas tan pronunciadas …
Con cada puntada, sus poros destilaban de su memoria aquel suave olor de los guayabos y hubo momentos en que a la tía Rosario le pareció tan incomodo que hubo de vomitar profusamente. Pero así pasó la semana exudando de su cuerpo los recuerdos que pensaba olvidados y ya afuera, volviendo a descifrarlos y vivirlos. En toda su vida jamás se le vio más feliz. Aun que en aquella oscuridad debíamos imaginar su sonrisa, placida en el centro del espacio, iluminada únicamente por el resplandor adivinado de los candiles que incendiaban las esquinas de la habitación.
Fue por aquellos días en que comenzaban a correr los olvidados años de la persecución cristera. Cuando llegó a Misantla el obispo Fernando Reyes, un hombre de metro diez centímetros, con una cabeza casi calva (salvo por los rebeldes pelos que sobresalían en sus oídos) y un caminar simpático. Llevaba ente sus ropas enegrecidas una carta escrita en tinta verde, sellada en un sobre marrón, con oscuras letras en la parte superior izquierda diciendo: “para la Srita. Ruiz Cardeña”…y se apresuró a buscarla, no tardó tanto. Misantla era entonces un puñado de casas acomodadas en torno a una parroquia blanca de una sola torre que dominaba el cielo.
Cuando llego a casa de Rosario, Verónica acababa de dar la última puntada al vestido y ahora luchaba con los dientes para arrancar la aguja
-buenas tardes señorita, soy el obispo Fernando Reyes.-Buenas tardes!, mi nombre es Verónica Ruiz. ¿en que puedo ayudarle?-¿Ruiz Cardeña?-Si, Ruiz Cardeña –contestó mientras guardaba el producto de su labor y se disponía a caminar hacia la puerta para recibirlo.
-señorita he traído esto para usted, lo manda Aureliano- y le acercó la mano sosteniendo la carta.
-Chanito!- corrió hacia la puerta, tomó la carta, la abrió, se detuvo para besar el anillo del obispo, se sonrojó por olvidar hacerlo antes, lo hizo pasar a la cocina donde su madre lo esperaba con el café servido, colocó el sobre en la ventana, y sin mas distracciones leyó la mas perfecta caligrafía en tinta verde:
“disculpe señorita por no ir personalmente a entregar la carta, ni haber pedido su mano con los años de anticipación que su honor merece, espero su familia sepa disculparme igual.Escribo para pedirle tenga en bien casarse con migo, el Obispo Fernando ha ido para celebrar la boda en un par de días, todo está listo… él también se encargará de organizar el festejo, como te podrás dar cuenta he puesto hasta la fecha, los anillos los he comprado y todo, no tendrás mayor deber que presentarte el día 15 con el vestido que Vero hizo para ti. te mando un gran abrazo…”

Sus tripas se retorcieron y contorsionaron, su mundo se detuvo y se hizo abismo, su garganta una maraña de nudos, esa divina energía estoica se redujo a dimensiones mas humanas y el corazón violento amenazaba escapar de su pecho arremetiendo sus blandos huesos, palpitaba a un ritmo desconocido, tan fuerte que hizo escapar a Lourdes de aquella larga siesta inducida por el calor y correr hacia la iglesia pensando que aquel retumbante sonido era las campanas que anunciaban el inicio del catequismo, ¿y como podía permitirse ella llegar tarde a su labor instructiva?tomó la Biblia, una pequeña libreta de notas y corrió. Aun no llegaba a la puerta cuando Verónica puso la carta en sus manos y la despidió con el beso que siempre acostumbraba.
Lourdes partió y regreso a los 2 minutos, los viernes no había catequismo… no se sabe en que momento leyó la carta ni como reaccionó... pues tras aquella muestra histriónica, Vero se encerró en el cuarto oscuro que iluminaban los candiles y como en aquella ocasión que despidió desde la ventana a su amado… lloró. Y lloró tanto que no alcanzaron sus 28 años de coleccionar manteles para absorber todo el dolor que destilaba, lloró tanto que estuvo a punto de volverse un charco salobre y corrosivo. Envejeció 3 siglos en dos noches…y cuando salió del cuarto ya era domingo, maldito domingo!
Lourdes se paseaba dando torpes puntadas para ocultar la desproporción de las caderas y agregando la tela sobrantes para lograr que su cintura encajase, casi se veía bella…
Verónica por su parte buscó en los baúles y roperos franceses el vestido que usó en los funerales de la mama Coya. Era una pieza finísima de ceda y terciopelo con guantes de lino, un velo bordado a mano con pequeñas golondrinas llevando en sus picos ramitas de laurel, un rebozo negro con los mismos detalles en ceda y un collar de cristalería Veneciana en juego con sus aretes.
Las campanas, que marcaban los ritmos de ciudad comenzaron a sonar a la vez que en el interior de Vero volvían los anormales ritmos cardíacos y se confundían en una frenética pieza similar al “firebird suite” de Stravinsky…
Con movimientos casi coreográficos todos abrían paso mientras Lulú subía al atrio y avanzaba del brazo de su madre hasta el altar, donde Aureliano esperaba con un traje blanquísimo que todos llamaban “azul”. Vero cantó el ave María, y tocó el piano oculta bajo suntuosos velos. La misa se prolongó tanto con las presentaciones de los hermanos de Aureliano, los padres y de los vecinos que cuando se dispusieron a comer vaca y servir las lechugas era completamente de noche y la recepción, entre fogatas tuvo un aire bohemio accidental.
Dicen que la tía Verónica se desapareció de la escena tan pronto acabó de tocar las mas alegres piezas de Chopin a Tschaivovsy y que nadie supo donde estaba hasta la hora en que se les sirvió a los padrinos la ultima pierna de guajolote. Fue entonces que apareció en el balcón de su habitación oscura, iluminada por el imaginado resplandor de los candiles y cantó entre su llanto: “Sempre con fe' sincera, la mia preghiera ai santi tabernacoli salí. Sempre con fe' sincera diedi fiori agli altar…Nell'ora del dolore. perché, perché Signore? perché me ne rimuneri così? Diedi gioielli della Madonna al manto, e diedi il canto agli astri, al ciel, che ne ridean più belli. Nell'ora del dolore, perché, perché Signore? perché me ne rimuneri così? ”, Siguió el Suicidio di la Gioconda. y cerró la puerta en medio de la ovación de un publico que no entendió la carga dramática en su canto.
Encerrada se quitó la ropa apagó la luz - Volesti il mio corpo demon maledetto?-e il corpo ti do!- gritó mientras tomaba el cuchillo con que destazaron las vacas y lo hendió en su pecho. Afuera como en un negativo fotográfico los cohetes que celebraban la boda iluminaban las palmeras, iluminaban su cuarto y por un par de segundos parecía de día, la sangre se movía con la misma cadencia que su cuerpo continuaba, infinito, rodeaba sus pechos, cautelosa se deslizaba por su vientre perfectísimo, llenaba la cavidad de su ombligo, continuaba por sus caderas expandidas, exhausta llegaba a sus piernas colosales y caía hasta su dorado pubis, ahora rojo… Pero aun muerta, aun pálida, aun ensangrentada y con la expresión sufriente que tienen todos los que mueren con dolor…pudo haber presumido ser la mujer más inmortal y bella del mundo .






7 comentarios:

Salvatore dijo...

Me gustó la foto del balcón, como ya era de madrugada me dio un poco de trabajo poder leer todo el texto. Pero para la otro lo leo, un abrazo.

Srta. Maquiavélica dijo...

wooww y mas wowow q lindo texto
besitos maquiavelicos

senses and nonsenses dijo...

tb te recomendaría posts algo más cortitos, todos llegamos cansados y más con este calor, aunque no dudo de que la tía verónica lo merezca.

las fotos son tuyas?

un abrazo.

Yayo Salva dijo...

Interesante historia...
Saludos.

Noájida dijo...

Bello, gracias Ish

Blas Torillo Photography dijo...

Ish... ¡Que padre texto has hecho!

Me has traído de recuerdo en recuerdo y de emoción en emoción. Y el final es sorprendente.

Me da mucho gusto haberte encontrado.

Blas Torillo Photography dijo...

Hola Ish. Sólo vine a dejarte un saludo grande.

Saludo grande.

Ya.

(Regresa ¿si?)

Salu2.